lunes, 16 de octubre de 2017

Nº 6: PALABRAS TODAS




15 de octubre de 2017.

Queridas Palabras:

Las descubrí en la inocencia de mis días, cuando la niñez me rozaba las venas; ahora son ustedes las que corren en ellas, sin quererlo me llevan la sangre al corazón, sin quererlo me perseguirán hasta siempre.

Ustedes, han sabido mantenerme en la finura de estos tiempos y a veces (siempre) me alejan un rato y me consigo en los sueños del pasado, recobrando imágenes que son letras. Ustedes me devuelven la vulnerabilidad a las pestañas a cada rato, cuando recuerdo el amor y lo vivo de frente, cuando en la calle me saluda el viento o cuando temprano mi hogar me arropa en su inmenso cariño. No lo sé, pero ustedes, las palabras, son lo único que mejor conozco, lo que me pone en real contacto con lo que sé que es vida.

Me parece egoísta pensar sin ustedes, no saber de facto que luego de todo el pensamiento y el bululú, ustedes no estarán ahí esperando que las explaye en una hoja, o dos, o en el táctil de mi teléfono. Sinceramente, no sé de un reloj donde el minutero no lo lleven las palabras. ¿Qué era yo antes de escribirlas a cada rato?

En mi atrevida relación con ustedes, también he sabido dejarlas, he aprendido muy torpemente a seguir el camino sin tenerlas al lado. Debo admitir que fueron momentos de total miseria, me ahogué el pecho cuando las dejé en el carril solas. Pero incluso a pesar de eso, nunca he sido capaz de olvidarlas; siempre termino regresando, véanme ahora que les dedico esta carta.

Palabras mías, nunca dejen de volver, nunca acaben por retomar su camino hacia mis yemas, mi mirada, mi ser. Nunca permitan que respire sin soltarlas a ustedes de primero, que marche con la música sin ustedes de fondo. No se destierren jamás de mí.

Amigas mías, creo ahora que no les he dicho que me han enseñado a caminar mejor. Ustedes han acarreado una comparsa de descubrimientos, como cuando veo la luna y luego se convierte ella en un poema; como cuando lo veo a él y le conozco las tildes, las comas y todísima la composición; como cuando observo a mis padres y quisiera escribir una novela entera, sin pausas y con amor extremo. Como cuando me creé un universo paralelo y ahora no entiendo los demás. Así de foránea y al mismo tiempo propio me siento gracias a ustedes; pertenezco al no hacerlo.

Queridas, cuando hago uso de ustedes, la mayoría de todos los días, me renuevan el alma, hacen de los días difíciles un propósito para continuar, son capaces de colmar las raíces de mi huerto con entera fertilidad.

Nunca me dejen, la locura no me sienta bien, me rompe rápido.

Aquí continúo yo, con ustedes como un tatuaje en la piel, como un hábito casi religioso.

No sé otra cosa sino ustedes conmigo aquí, ahora y después.


Siempre suya, María Isabel.

viernes, 30 de junio de 2017

REINO MIRADA: LA CHOZA




La mirada distante, levemente mortífera, que rueda desde la ventana del bus es siempre la misma, desde hace semanas. A veces ni siquiera es mirar, sino plantar la vista en lo tácito del concreto, de la vía rocosa, llenísima de tráfico en veloces recorridos; estos ojos no circulan tan rápido, por lo menos no todo el tiempo, por lo menos no desde hace un tanto.

La moralidad sentimental de estos días no ha sido tarea fácil, el país sucumbido en un eterno hoyo: horno de sangre, balas, sudor, gases, oprobio (como leí hace poco), ha significado una descomunal descarga de sentidos en la mesa de trabajo, de estudios, de vida propia, e impropia también; el colectivo se junta en modo de conversatorio y entona el mismo canto, el mismísimo canto y éste acaba por sorprenderme cada vez.

De algún modo la mirada acaba por ser un fantasma que camina con la gente, que camina conmigo. Ha trasmutado en un vacío que no termino de entender, que no encaja, que está anclado al olivo de mis ojos y se desvanece al subir la cara, al enfrentar la delantera: aquella pared de austeridad que no termina de perseguirme, esa que es de vidrio fino y que en cualquier momento estalla ¡bum! Y el suelo será cristal de llanto.

Las personas, ante el atrevido pensamiento de mis palabras, siempre han sido una fuente de inspiración fortuita, regalo divino que he aprendido a enlazar a mí, así sea a la distancia. Los que hablan al ras del asiento sobre sus fortunas, hallazgos, miserias, dolores, profundizan la existencia de ellos mismo, y ciertamente, la mía también. Y aquellos que no hablan, que son de hojas pubertas de árbol, que caen sin saberlo, moran la realidad con colores infinitamente bonitos, desconocidos, impronunciables. Borges decía, en uno de sus tantos poemas, sobre el silencio, algo como: “Cuando quieras hablar quédate mudo, que un silencio sin fin sea tu escudo”. Y lo es, es su escudo, y es mi arma, el bastión, el sonido perfecto. Es aquello intangible que se escucha a la distancia, que pronuncia sin decir, que cuenta sin hablar.

Pero a veces aquello va creciendo en desarraigo (de mi parte), no todos los momentos son dignos, no todas las veces estoy dispuesta, a veces la soledad me tropieza y me quedo muda; ahora soy yo en silente lúgubre, en sin sonido, en sin nada. En reiteradas ocasiones soy ciega al circo de historias que enlazan el ruedo de la vida, mi vida, porque en reiteradas ocasiones el hoyo, aquel que ahora es país, perfora mi piso y caigo entera, sin paracaídas, sin primeros auxilios: soy yo con yo, y el existencialismo.

No he sabido escribir estas últimas semanas, es como si no supiera leer tampoco, es como si todo careciera de sentido, de razón, de propósito, de colores, olores, sabores, sensaciones, palabras. No existen verbos, los adjetivos se fuman el hoy, pero no me los fumo yo, y eso es una pena: el papel es la nicotina, el fuego, el humo, y no pasan por mi boca que son estas manos, se me pierden, me pierdo yo misma.

La lluvia, en la contemporaneidad, y básicamente siempre, ha servido de grifo depurador para sepultar todos mis demonios en la tierra fértil de los campos, es una especie de marea que limpia todísimo, y me vuelve nube: pálida, pura, siempre a tope. Y hoy, después de un tiempo, la lluvia me mostró, en el camino, en el bus, en aquella ventana perpetua en gotas, que sigo siendo de ella, y que no me defrauda, que me habla y la escucho, que le hablo y me escucha. Hoy la lluvia me mostró la choza al filo de una montaña, que bien quisiera yo volar hasta ella, que bien quisiera yo saber cómo estuvo ahí y yo nunca la vi, como la perdí tantas veces en las que yo quería encontrarla.

Aquel hogar de yerba, que en la punta de la montaña yace, fue el palacio menesteroso de la mañana, que me absorbió cada atisbo de imaginación que tenía para aquella hora (tan temprana, cabe decir), que me hizo plebeya de sus maderas,  vasalla de su espacio y distancia: seguramente vivir allá arriba es cosa de cuentos, de historias que hasta ahora no sabía existían. Seguramente allá arriba hay un reino, una majestad que viste de pasto y huele a naranjas. Niños que ríen sin miedo, y que saben trepar los árboles, bajar los senderos, y flotar en los ríos.

Allá, encima de la duna de grama, seguramente comen en madera, con los dedos mozos, con la boca llena. Danzan el sol, los insectos, los árboles que paren amarillas ramas; celebran las pecas de la luna y las cuentan, una y mil, y ahora lloran, porque son vidas que no alcanzan, porque no llegan. Porque los entendería, yo tampoco llego a la choza, a sus rituales, a sus gentes, bordadas en cabelleras azabaches y pieles bolladas.

Aquella trenza de hojarasca, ha de ser el escape que busco, el lugar donde mis deseos de trepar y arrodillar mi cuerpo en la inmensidad de su estructura franca, se harán realidad. La gente que iba a mi lado rodando la mañana, ahora que lo pienso, seguramente no querrían haber ido conmigo: todos dormían, o reían y vociferaban, o perdían el tiempo viéndose las creces del cabello. Ninguno veía la ventana que veía yo, ninguno me preguntaba con la mirada si podíamos ir, después de salir de clases, a conocer el reino de aquel pajar.

El trayecto minimiza el tamaño de aquella casa, linda, húmeda y que me huele a canela, a cacao, a hierbas frescas de este invierno/verano que no acaba de decidir su rumbo. La lluvia desaparecía ya con cada rueda en el concreto de la carretera. Las bardas ya descargaron todo su llanto, y me despintaban la choza de la ventana, me desteñían el recuerdo. El reino verdoso, de cuatro paredes, vivía ya detrás de mí, y acababa, tan solo, de tenerlo a la altura de mi sien, y de mis manos que ahora escriben.

La casita humilde de filo y monte ya no se escuchaba, perdí las risas de sus niños, el discurso de su reina. Se esfumó el olor a té de siembra, a tierra mojada, esa que enjaula la cosecha de mañana, y de después. La chocita quedaba perpetuada en mi nuca, al revés de mi figura, dibujada en los cabellos húmedos de mi quietud. Pienso, entonces, que la verán otros, dichosos aquellos; riqueza que quisiera ver yo de nuevo, todos los días, siempre, sin pausa.


No sé si la choza seguirá, o fue un producto de alucinación auto proclamada, o una especie de epifanía que buscaba adentrarme en la posibilidad de una sonrisa, de un respiro sin ahogarme, de una palabra sin quebrarme, de una mirada sin perderme. No sé qué fue esa choza, pero me hizo feliz, me hizo escribir, me hizo imaginar, creer de nuevo en el tiempo y su perfección, abrazar con amor el espacio de mi asiento y la fortuna de tener la ventana a  mi hombro derecho. La choza fue el color en lo atenuado de mi recorrido, la música de mi mañana. Fue mío, mi magno feudo verde.


Nos leemos pronto, M's. 

sábado, 8 de abril de 2017

N° 5: PATRIA MÍA



10 de abril de 2017.

Querida mía, 

Me palpita la yugular. Me tiembla la voz. Trago grueso. Rezo, medito, canto, lloro.

Abro la caja de pandora, me asusto. ¡Señor, sálvame! Patria mía, no me abandones.

Te alejas pronto, te acercas nada. Explotó otra bomba, se escucha sangre; bríos inertes, pisadas mojadas, desesperación.

¿Sigo viva? Sí, todavía bombeo esperanza, pero corre, se hace tarde.

No dejes mover las agujas, retumban fuerte: tic, tac, tic, tac ¡Boom!

Todo aquello, cada línea, es una oda constante que se repite cada cierta cantidad de tiempo. Es lo que vengo internalizando desde hace unas semanas. Son pasajes de una vida intranquila, inhóspita, incierta. Se viven días difíciles en el país, se leen fichas estruendosas con cada historia. No quiero llorar, lloro. No quiero sentir, siento. ¿Pero, por qué te preocupas si no te ahogas con el humo de las calles? Me ahogo con el estupor de la dictadura, desde casa me asfixio. Desde las cuatro paredes de mi hogar me voy achicando, me pierdo en las letras.

Marcha, manifiesta, corre. Más duro, más rápido, con fuerza; si no, no eres.

Pero sí soy, soy todo lo que grito, lo que guardo, lo que resiento por esta vil tarea socialista. Levito en la eterna terquedad del dolor: por los verdes que llenan de sangre, los azules que a veces son rojos y por los blancos que somos todos. 

Recuerdo con nostalgia los días pasados, los colores bonitos. Re creo mi presente con incredulidad, atiendo a llantos sensatos. Pienso en mi futuro con inmensa incertidumbre; oigo lejanías, pero me quiero quedar. No me lleves a otra tierra, Patria mía, aún no. Yo te arrollo hasta que tú me dejes.

Quebranto las leyes psicológicas al refugiarme en buenos augurios: La música salvará al mundo, los libros sanarán heridas, escribir me curará a mí.

Quiero arrancar, a mil por hora, a ochenta caballos de fuerza, a lo que dé. Me canso, no quiero salir de cama: estoy abrumada. Vuelven a repetir en la densidad: "Salir te hace digno, quedarte te hace cómplice".

Reviso mi cara, está hinchada. Toco mi pecho, está que explota. No tengo zapatos y quiero saltar la cerca de mis decisiones; un déjà vu trae recuerdos mortales, vuelvo a sentir la ansiedad de una garganta apurada entre centenares de pechos, sudores y alaridos. Sí tengo zapatos, pero mis memorias son más fuertes. Lucho, nuevamente, desde casa. No es suficiente, nunca lo es.

Consulto a mis amigos: están en las mismas. Algunos me entienden, otros reprochan. Creo que desde lejos unos critican, y yo lo que tanto deseo es que nos abracemos fraternalmente para matar las penas. Sus luchas, y las mías, coinciden pero se riegan. Yo coloco la mirada desde los vidrios de mi hogar, ellos pisan fuerte el asfalto ardoroso. Cuídense, siempre.

Pasa la mañana, dejo las esquinas de mi cuarto para laborar: sonrió. Ciertos de los que ahí afanan me entienden, no me aplauden, pero me consuelan. Los micrófonos se abren, y yo cierro, por un rato, mis heridas. Leemos noticias, vuelvo a hiperventilar. Suena Barry Manilow después, y yo me enamoro de la idea de él. Se acaba el día, me despido, me abrazan, me enfunden de perfume y nuevas perspectivas.

Llego a mi casa, abrazo a mi madre, a mi padre, a mis hermanos, a mis tías, a mi abuela. Agradezco, pido más vida con ellos, juntos así. Se escucha de fondo: ¡Gases lacrimógenos, persignaciones perennes, pieles abolladas, voces quebrantadas, rostros ardientes, ojos vidriosos, consignaciones fantasmales, calles obscenas, gabinetes partícipes, escorias eternas!

Cierro los ojos, no logro conciliar ni un atisbo de calma. Me volteo, oigo mi respiración, me anclo en ella. Voy cerrando mis ventanas, pido por los que están fuera, y dentro. Imagino días mejores, personas tranquilas, bolsillos suficientes, curas inmediatas, voces comprometidas. Duermo, pero continúo pensando, en todo y en nada.

Así, es la rutina de una joven de veinte años durante estos tormentosos e incongruentes días. No soy menos por no devolver bombas. No soy menos por no sofocarme con gases. No soy menos por no sudar entre camisas blancas, banderas dolidas y pieles tostadas. No soy menos por el malestar que cada noticia produce. No soy menos por la impotencia que grita cada arrebatamiento. No soy menos por ser venezolana en tiempos de crisis. No soy menos por mantenerme firme a mis creencias y posiciones. Definitivamente no soy menos ante nadie, sobre todo no ante este infernal gobierno.

Soy más, simplemente soy más. Soy la lucha, la ira, el llanto, las risas, la fraternidad, la esperanza. Todos somos más. Por la constante testarudez de los que hoy se arriesgan, desde cualquier ámbito, soy.

Patria mía, no te vayas. Yo te arrollo. Yo te alumbro, no decaigas.


Con sensibilidad absoluta, María Isabel.

sábado, 1 de abril de 2017

MI OBSESIÓN: PART ONE



Cada vez que tengo la oportunidad de conseguirme con un pedazo de algo, relevante, que leer me emociono muchísimo. Soy extremadamente selectiva con lo que leo y dejo procesar. Si alguna vez he leído algo y luego no lo recuerdo, es porque simplemente no fue de mi agrado. Tiendo a ser algo malcriada en ese aspecto.

Esa manía, que siento se vale más de mi (a veces) escaso procesamiento lógico, que de cualquier otra estupidez que yo misma le quiera atribuir, se debe al manejo de la ortografía dentro del texto.

Durante toda mi estadía en el colegio, sobre todo on the bad days, siempre fui dada con las letras, incluso en la actualidad, como leerán, lo sigo siendo, o eso espero. Escribir fue (es) un refugio para muchas cosas, incluyendo el tedio de clases, personas y trivialidades que acompañan los días. Ustedes saben a lo que me refiero.

De esta manera, he ido creando una relación religiosa con todo aquello. Me he hecho partícipe de todo lo que conlleva un buen párrafo, una acertada frase, una excelente cita. Admito que ahora mismo leo muchas de esas cosas, que escribí más joven, y me da cierta pena conmigo misma, porque no era tan cuidadosa con lo que escribía, como yo pensaba que era. Le debo eso a mí falta de lectura. Era medio psicópata al pensar que sin leer podría ser alguna clase de niña prodigio que sabía escribir bien. Bueno, así pensaba. Creo, entonces, que me comía mis cuentos muy bien.

Pero a lo que voy: estoy realmente obsesionada con los buenos hábitos de la escritura. Lo he dicho ¿ya me curé? En las películas, y en la vida real también, dicen que admitir algo es el primer gran paso. Pues lo admito, lo reconozco y no me da pena, porque fácilmente podría estar consumiendo otra calidad,  y cantidad, de obsesiones. Pero heme aquí, escribiendo sobre como un par de comas, acentos, puntos y léxicos han llevado mis maneras de escribir, y leer, a otro nivel. ¿Estoy loca? ¿Ya me llevaron a Barbula?

Para escribir esto, después de meses (por los cuales me disculpo conmigo y con quien me lee) sin colgar nada por estos lados, despegué la cabeza de mi perfectamente colocada almohada, di por interrumpida mi rutina para quedarme dormida (que se trata básicamente de dar vueltas en la cama hasta cansarme) y me digné a tomar mi laptop y darles una cátedra, algo anecdótica, de cómo éstos hábitos me llevan los nervios.

Habrá personas que me conozcan que probablemente pensarán: pero si ella por Whatsapp es un troll y escribe como camionero. Señores, por ese medio todo el mundo es incisivamente incorrecto. Al menos que estés pidiendo disculpas, escribiéndole a la chica que vende las libretas eclécticas de Instagram o estés tratando de convencer a algún enamorado. También aplica para cuando quieres dar un discurso culto, bien entonado y expuesto, sobre cualquier trivialidad que valga la pena. De resto, es simplemente horrores lo que somos capaces de escribir por aquellos lados. Me incluyo. ¿A veces, o siempre? Buena pregunta.

A pesar de esto, sigo teniendo una firme conjetura acerca de cómo debemos escribir. Me cabrea tener que leer ensayos on line, para corroborar alguna actividad de la universidad, o por simple mérito, que tengan incapacidades ortográficas. Conseguirse con comas donde no van es algo incomodísimo, punto donde no los llaman, separaciones donde no tiene cabida, ni pies, ni cabeza. Todo puede sonar totalmente distinto dependiendo de la colocación de lo demás mencionado, puedes crear una alocución lunática en cuestión de segundos, sólo con un par de malas decisiones ortográficas.

Otro detalle pertinente son los acentos. ¡Por Dios! La gente no sabe la apertura abismal que producen en la Tierra cada vez que ponen un acento donde no va, o cuando simplemente no lo colocan. Ésto último, es lo que más me enerva. Imagínense mi cara mientras escribo esto. Decepción pura. No pueden ser así, simplemente es una atrocidad.

Mis amigos, por gracia del Universo, son gente bien hablada, y escrita. Son asertivos con sus palabras y sus respectivos signos. No podría entablar lazos, más allá de lo verbal, con alguien que no sepa redactar correctamente, con todas las de la ley, un párrafo coherente, con fluida calma y sentido. Sonará impertinente, pero es que no lo vislumbro ni un poco. Me da ansiedad. Aunque cabe la posibilidad de enseñar a quién no sepa todo lo anterior, pero creo que es algo estrictamente necesario si se tiene una educación superior, ¿o me equivoco?

Eso de las palabras mal escritas, muchísimo más allá de los acentos y todo lo demás, también es otra arista interesante. Esos errores van caminando en profundidades más extremas. Los X Games del lenguaje. Se trata ya de un estado grave con el idioma. Eso sucede cuando no nos permitimos leer ni siquiera el texto que acompaña la foto de Instagram de equis o ye persona. Que, a veces, eso tampoco ayuda; las salvajadas por esos lados, de vez en cuando, son peores que las de la sección de preguntas de Mercado Libre. Es más sano un libro, una novela, un ensayo, una compilación de sonetos o poemas. Algo que te enriquezca el alma y la capacidad de composición.

Quiero acotar de nuevo que me ha sucedido, que me he equivocado y me he querido meter un tiro, y no reencarnar en nadie. Simplemente morir por pecadora al arte de escribir. Me ocurrió hace unos días en Twitter. Por los dioses griegos, y todos los demás. Qué pena me dio conmigo misma.

Más tarde, otra clase de pena, transformada en dolor, me dio con quién le dio me gusta al mensaje; el pobre o es tan ingenuo como yo, o simplemente lo hizo por caridad: ¿será que si le doy like se da cuenta que inhóspito se escribe así y no como ella lo plasmó? Menos mal me di cuenta, por fortuna de todos, y lo borré. Aunque en los recónditos espacios de la web debe haber mugrientas palabras escritas por mí, estoy segura. Pero como no las estamos buscando, entonces no existen.

Es un tanto ambiguo declarar mi obsesión, y al mismo tiempo lanzarme por la borda al admitir que he cometido mi buena retahíla de errores ortográficos ¿Quién no los ha cometido? No somos perfectos, ni en pensamiento, palabra, obra u omisión. De eso estoy convencida. Pero podemos mejorar el panorama: habituando las manías de leer, de encontrarnos con nuevos léxicos y pasajes. Al hacer de esto una rutina, el acto de escribir, luego, será algo maravilloso; se volverá algo más integro e interesante. La parafernalia con la que podrán adornar será inmensa, y quién los lea aprenderá con ustedes.

Paremos el episodio sanguinario de calarnos errores, y horrores, entre líneas *al menos que sean por Whatsapp, ahí se perdonan, pero sólo un poco*.

Nos leemos pronto. Xx, M's

--
P.d: No soy una ávida lectora, me cuesta, a veces, darme tiempo para leer. Pero es necesario habituarnos a las inmensidades que los libros nos dan. Es exquisito poder adentrarse a las historias que, tan gentilmente, nos dan esos maravillosos héroes que son los escritores. Respetemos y valoremos la lectura, por el amor a todas las artes y vidas. Amén.


lunes, 12 de diciembre de 2016

BUENOS, MALOS Y COMPLICADOS TAMBIÉN




Situación emocional: complicada (¿?)
Motivo: intrapersonal

Debería estar haciendo deberes universitarios, tareas y todo aquello, pero heme aquí, a unas pocas horas de la media noche, ahogándome en la profundidad de mis pensamientos y el terror, que a veces, representa mi cabeza.

Sentí la necesidad de llenar ésta hoja en blanco y expresar un poco por acá, por eso de no perder la costumbre, de aligerarme y compartirles. Cosa que no he sabido manejar mucho desde hace un par de meses. Por eso, me disculpo, conmigo y con quien sea que me lee.

No es sencillo vivir con tantas películas mentales, es un constante cambio de canales entre la cordura y la desesperación, todo esto sin que los demás noten nada. La discreción por sobre todas las cosas, no queremos que piensen que estamos locos, a pesar de que muy lejos de esa realidad no nos encontramos. Es complicado, es muy personal. Quién me entiende sabe a lo que me refiero.

Desde muy pequeña he sido fantasiosa, soy extremadamente propensa a las historias improvisadas, a los bailes entre personaje desconocidos, a los diálogos entre la realidad y la ficción; todo es parte de un juego de supervivencia, o al menos eso pienso yo. No está nada mal, disfruto de sobre manera poder intercalar polos, pero a veces las nubes son tan eternas que parecen contener al mismísimo Catatumbo. Truenos y más truenos, precipitaciones con altas de sol de vez en cuando. Días buenos y malos, como todo. Hoy estamos en uno complicado.

Hace un tiempo, a través de uno de mis posts más personales, conté todo mi proceso de evolución y como he llegado a vislumbrar panoramas más sanos, tanto para mí, como para los que me acompañan por la vida. Hoy mientras escribo esto no me siento como en aquel escrito. Me concibo insegura, llena de muchas dudas, con ganas de salir corriendo y huir de lo que sea me está rondando la cabeza. Creo que hace dos publicaciones atrás andaba con el mismo cúmulo, de lo que sea que tengo, explicándoles algo parecido pero con otras palabras. Qué complicado.

Andar en éste estado melancólico, casi constante, no es tan bueno como algunos románticos, incluyéndome, piensan. Ver todo desde lentes tan sensibles es un arma de doble filo, te abre a posibilidades infinitas, a gratos momentos, casi fotográficos; llegas a conocer a la gente bonito y con una apertura divina, te permite intimidad sin contactos rebuscados. Pero también te lleva a cuestionar demasiado, a creer excesivamente, a sentir de más, como si eso fuese un pecado; te coloca en rincones mentales demasiado intensos, le resta emoción al estado y simplemente te aburre. Quisiera uno poder estar en otro lugar, sintiendo diferente. ¡No es justo! Te traslada a querer vivir otros pasajes, cuando el que tienes es y punto. Bendita inconformidad.

Eso, te vuelve inconforme y deambulas queriendo más, como si todo fuese poco, a pesar de que lo es todo.

Por eso, y mil y un razones más, escribir es lo más puro y menos complicado que tengo. Las letras son la escapada más sana que puedo conocer, son todo aquello que me mantiene en eternos recuerdos tangibles, pues las palabras tiene memoria, muchísima. Es ésta estrategia  lo que me separa de la locura inmediata. 

Cuando paso tanto tiempo sin jugar con la escritura se me hace complicado pensar bien, creo que eso es lo que me puede estar pasando. No lo sé del todo. Es algo sombrío lo que hoy expreso, qué lata; después de varios meses sin contenido, me provoca escribir luctuosos pensamientos. Pero es justo eso, el expresarlos, lo que me mantiene bien, así que no será la primera vez que me encuentre en estados de frustración por ésta vía. De hecho no lo es.

Espero poder dejar todo esto pronto, aunque siento que el ambiente que me rodea (semanas de lluvias, neblina, calor, incertidumbre, anuncios nacionales insólitos y, siempre una necesaria taza de café) también influyen en mi estado anímico actual. La luna igualmente interviene, ella siempre con su poder bendito.

Nos leemos pronto. Xx, M’s

--

P.d: definitivamente ésto dentro de unas semanas parecerá una locura, me reiré y probablemente me pegaré un golpecito, pero por ahora ésta corta entrada me hace sentir mejor conmigo misma y con todo aquello que me agobia. Vendrán posts un poco menos intensos, lo prometo.