15 de octubre de 2017.
Queridas
Palabras:
Las
descubrí en la inocencia de mis días, cuando la niñez me rozaba las venas;
ahora son ustedes las que corren en ellas, sin quererlo me llevan la sangre al
corazón, sin quererlo me perseguirán hasta siempre.
Ustedes,
han sabido mantenerme en la finura de estos tiempos y a veces (siempre) me
alejan un rato y me consigo en los sueños del pasado, recobrando imágenes que
son letras. Ustedes me devuelven la vulnerabilidad a las pestañas a cada rato,
cuando recuerdo el amor y lo vivo de frente, cuando en la calle me saluda el
viento o cuando temprano mi hogar me arropa en su inmenso cariño. No lo sé,
pero ustedes, las palabras, son lo único que mejor conozco, lo que me pone en
real contacto con lo que sé que es vida.
Me
parece egoísta pensar sin ustedes, no saber de facto que luego de todo el
pensamiento y el bululú, ustedes no estarán ahí esperando que las explaye en
una hoja, o dos, o en el táctil de mi teléfono. Sinceramente, no sé de un reloj
donde el minutero no lo lleven las palabras. ¿Qué era yo antes de escribirlas a
cada rato?
En
mi atrevida relación con ustedes, también he sabido dejarlas, he aprendido muy
torpemente a seguir el camino sin tenerlas al lado. Debo admitir que fueron momentos de
total miseria, me ahogué el pecho cuando las dejé en el carril solas. Pero
incluso a pesar de eso, nunca he sido capaz de olvidarlas; siempre termino
regresando, véanme ahora que les dedico esta carta.
Palabras
mías, nunca dejen de volver, nunca acaben por retomar su camino hacia mis
yemas, mi mirada, mi ser. Nunca permitan que respire sin soltarlas a ustedes de
primero, que marche con la música sin ustedes de fondo. No se destierren jamás
de mí.
Amigas
mías, creo ahora que no les he dicho que me han enseñado a caminar mejor. Ustedes
han acarreado una comparsa de descubrimientos, como cuando veo la luna y luego
se convierte ella en un poema; como cuando lo veo a él y le conozco las tildes,
las comas y todísima la composición; como cuando observo a mis padres y
quisiera escribir una novela entera, sin pausas y con amor extremo. Como cuando
me creé un universo paralelo y ahora no entiendo los demás. Así de foránea y al
mismo tiempo propio me siento gracias a ustedes; pertenezco al no hacerlo.
Queridas,
cuando hago uso de ustedes, la mayoría de todos los días, me renuevan el alma,
hacen de los días difíciles un propósito para continuar, son capaces de colmar
las raíces de mi huerto con entera fertilidad.
Nunca
me dejen, la locura no me sienta bien, me rompe rápido.
Aquí
continúo yo, con ustedes como un tatuaje en la piel, como un hábito casi
religioso.
No
sé otra cosa sino ustedes conmigo aquí, ahora y después.
Siempre suya, María Isabel.
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