sábado, 8 de abril de 2017

N° 5: PATRIA MÍA



10 de abril de 2017.

Querida mía, 

Me palpita la yugular. Me tiembla la voz. Trago grueso. Rezo, medito, canto, lloro.

Abro la caja de pandora, me asusto. ¡Señor, sálvame! Patria mía, no me abandones.

Te alejas pronto, te acercas nada. Explotó otra bomba, se escucha sangre; bríos inertes, pisadas mojadas, desesperación.

¿Sigo viva? Sí, todavía bombeo esperanza, pero corre, se hace tarde.

No dejes mover las agujas, retumban fuerte: tic, tac, tic, tac ¡Boom!

Todo aquello, cada línea, es una oda constante que se repite cada cierta cantidad de tiempo. Es lo que vengo internalizando desde hace unas semanas. Son pasajes de una vida intranquila, inhóspita, incierta. Se viven días difíciles en el país, se leen fichas estruendosas con cada historia. No quiero llorar, lloro. No quiero sentir, siento. ¿Pero, por qué te preocupas si no te ahogas con el humo de las calles? Me ahogo con el estupor de la dictadura, desde casa me asfixio. Desde las cuatro paredes de mi hogar me voy achicando, me pierdo en las letras.

Marcha, manifiesta, corre. Más duro, más rápido, con fuerza; si no, no eres.

Pero sí soy, soy todo lo que grito, lo que guardo, lo que resiento por esta vil tarea socialista. Levito en la eterna terquedad del dolor: por los verdes que llenan de sangre, los azules que a veces son rojos y por los blancos que somos todos. 

Recuerdo con nostalgia los días pasados, los colores bonitos. Re creo mi presente con incredulidad, atiendo a llantos sensatos. Pienso en mi futuro con inmensa incertidumbre; oigo lejanías, pero me quiero quedar. No me lleves a otra tierra, Patria mía, aún no. Yo te arrollo hasta que tú me dejes.

Quebranto las leyes psicológicas al refugiarme en buenos augurios: La música salvará al mundo, los libros sanarán heridas, escribir me curará a mí.

Quiero arrancar, a mil por hora, a ochenta caballos de fuerza, a lo que dé. Me canso, no quiero salir de cama: estoy abrumada. Vuelven a repetir en la densidad: "Salir te hace digno, quedarte te hace cómplice".

Reviso mi cara, está hinchada. Toco mi pecho, está que explota. No tengo zapatos y quiero saltar la cerca de mis decisiones; un déjà vu trae recuerdos mortales, vuelvo a sentir la ansiedad de una garganta apurada entre centenares de pechos, sudores y alaridos. Sí tengo zapatos, pero mis memorias son más fuertes. Lucho, nuevamente, desde casa. No es suficiente, nunca lo es.

Consulto a mis amigos: están en las mismas. Algunos me entienden, otros reprochan. Creo que desde lejos unos critican, y yo lo que tanto deseo es que nos abracemos fraternalmente para matar las penas. Sus luchas, y las mías, coinciden pero se riegan. Yo coloco la mirada desde los vidrios de mi hogar, ellos pisan fuerte el asfalto ardoroso. Cuídense, siempre.

Pasa la mañana, dejo las esquinas de mi cuarto para laborar: sonrió. Ciertos de los que ahí afanan me entienden, no me aplauden, pero me consuelan. Los micrófonos se abren, y yo cierro, por un rato, mis heridas. Leemos noticias, vuelvo a hiperventilar. Suena Barry Manilow después, y yo me enamoro de la idea de él. Se acaba el día, me despido, me abrazan, me enfunden de perfume y nuevas perspectivas.

Llego a mi casa, abrazo a mi madre, a mi padre, a mis hermanos, a mis tías, a mi abuela. Agradezco, pido más vida con ellos, juntos así. Se escucha de fondo: ¡Gases lacrimógenos, persignaciones perennes, pieles abolladas, voces quebrantadas, rostros ardientes, ojos vidriosos, consignaciones fantasmales, calles obscenas, gabinetes partícipes, escorias eternas!

Cierro los ojos, no logro conciliar ni un atisbo de calma. Me volteo, oigo mi respiración, me anclo en ella. Voy cerrando mis ventanas, pido por los que están fuera, y dentro. Imagino días mejores, personas tranquilas, bolsillos suficientes, curas inmediatas, voces comprometidas. Duermo, pero continúo pensando, en todo y en nada.

Así, es la rutina de una joven de veinte años durante estos tormentosos e incongruentes días. No soy menos por no devolver bombas. No soy menos por no sofocarme con gases. No soy menos por no sudar entre camisas blancas, banderas dolidas y pieles tostadas. No soy menos por el malestar que cada noticia produce. No soy menos por la impotencia que grita cada arrebatamiento. No soy menos por ser venezolana en tiempos de crisis. No soy menos por mantenerme firme a mis creencias y posiciones. Definitivamente no soy menos ante nadie, sobre todo no ante este infernal gobierno.

Soy más, simplemente soy más. Soy la lucha, la ira, el llanto, las risas, la fraternidad, la esperanza. Todos somos más. Por la constante testarudez de los que hoy se arriesgan, desde cualquier ámbito, soy.

Patria mía, no te vayas. Yo te arrollo. Yo te alumbro, no decaigas.


Con sensibilidad absoluta, María Isabel.

sábado, 1 de abril de 2017

MI OBSESIÓN: PART ONE



Cada vez que tengo la oportunidad de conseguirme con un pedazo de algo, relevante, que leer me emociono muchísimo. Soy extremadamente selectiva con lo que leo y dejo procesar. Si alguna vez he leído algo y luego no lo recuerdo, es porque simplemente no fue de mi agrado. Tiendo a ser algo malcriada en ese aspecto.

Esa manía, que siento se vale más de mi (a veces) escaso procesamiento lógico, que de cualquier otra estupidez que yo misma le quiera atribuir, se debe al manejo de la ortografía dentro del texto.

Durante toda mi estadía en el colegio, sobre todo on the bad days, siempre fui dada con las letras, incluso en la actualidad, como leerán, lo sigo siendo, o eso espero. Escribir fue (es) un refugio para muchas cosas, incluyendo el tedio de clases, personas y trivialidades que acompañan los días. Ustedes saben a lo que me refiero.

De esta manera, he ido creando una relación religiosa con todo aquello. Me he hecho partícipe de todo lo que conlleva un buen párrafo, una acertada frase, una excelente cita. Admito que ahora mismo leo muchas de esas cosas, que escribí más joven, y me da cierta pena conmigo misma, porque no era tan cuidadosa con lo que escribía, como yo pensaba que era. Le debo eso a mí falta de lectura. Era medio psicópata al pensar que sin leer podría ser alguna clase de niña prodigio que sabía escribir bien. Bueno, así pensaba. Creo, entonces, que me comía mis cuentos muy bien.

Pero a lo que voy: estoy realmente obsesionada con los buenos hábitos de la escritura. Lo he dicho ¿ya me curé? En las películas, y en la vida real también, dicen que admitir algo es el primer gran paso. Pues lo admito, lo reconozco y no me da pena, porque fácilmente podría estar consumiendo otra calidad,  y cantidad, de obsesiones. Pero heme aquí, escribiendo sobre como un par de comas, acentos, puntos y léxicos han llevado mis maneras de escribir, y leer, a otro nivel. ¿Estoy loca? ¿Ya me llevaron a Barbula?

Para escribir esto, después de meses (por los cuales me disculpo conmigo y con quien me lee) sin colgar nada por estos lados, despegué la cabeza de mi perfectamente colocada almohada, di por interrumpida mi rutina para quedarme dormida (que se trata básicamente de dar vueltas en la cama hasta cansarme) y me digné a tomar mi laptop y darles una cátedra, algo anecdótica, de cómo éstos hábitos me llevan los nervios.

Habrá personas que me conozcan que probablemente pensarán: pero si ella por Whatsapp es un troll y escribe como camionero. Señores, por ese medio todo el mundo es incisivamente incorrecto. Al menos que estés pidiendo disculpas, escribiéndole a la chica que vende las libretas eclécticas de Instagram o estés tratando de convencer a algún enamorado. También aplica para cuando quieres dar un discurso culto, bien entonado y expuesto, sobre cualquier trivialidad que valga la pena. De resto, es simplemente horrores lo que somos capaces de escribir por aquellos lados. Me incluyo. ¿A veces, o siempre? Buena pregunta.

A pesar de esto, sigo teniendo una firme conjetura acerca de cómo debemos escribir. Me cabrea tener que leer ensayos on line, para corroborar alguna actividad de la universidad, o por simple mérito, que tengan incapacidades ortográficas. Conseguirse con comas donde no van es algo incomodísimo, punto donde no los llaman, separaciones donde no tiene cabida, ni pies, ni cabeza. Todo puede sonar totalmente distinto dependiendo de la colocación de lo demás mencionado, puedes crear una alocución lunática en cuestión de segundos, sólo con un par de malas decisiones ortográficas.

Otro detalle pertinente son los acentos. ¡Por Dios! La gente no sabe la apertura abismal que producen en la Tierra cada vez que ponen un acento donde no va, o cuando simplemente no lo colocan. Ésto último, es lo que más me enerva. Imagínense mi cara mientras escribo esto. Decepción pura. No pueden ser así, simplemente es una atrocidad.

Mis amigos, por gracia del Universo, son gente bien hablada, y escrita. Son asertivos con sus palabras y sus respectivos signos. No podría entablar lazos, más allá de lo verbal, con alguien que no sepa redactar correctamente, con todas las de la ley, un párrafo coherente, con fluida calma y sentido. Sonará impertinente, pero es que no lo vislumbro ni un poco. Me da ansiedad. Aunque cabe la posibilidad de enseñar a quién no sepa todo lo anterior, pero creo que es algo estrictamente necesario si se tiene una educación superior, ¿o me equivoco?

Eso de las palabras mal escritas, muchísimo más allá de los acentos y todo lo demás, también es otra arista interesante. Esos errores van caminando en profundidades más extremas. Los X Games del lenguaje. Se trata ya de un estado grave con el idioma. Eso sucede cuando no nos permitimos leer ni siquiera el texto que acompaña la foto de Instagram de equis o ye persona. Que, a veces, eso tampoco ayuda; las salvajadas por esos lados, de vez en cuando, son peores que las de la sección de preguntas de Mercado Libre. Es más sano un libro, una novela, un ensayo, una compilación de sonetos o poemas. Algo que te enriquezca el alma y la capacidad de composición.

Quiero acotar de nuevo que me ha sucedido, que me he equivocado y me he querido meter un tiro, y no reencarnar en nadie. Simplemente morir por pecadora al arte de escribir. Me ocurrió hace unos días en Twitter. Por los dioses griegos, y todos los demás. Qué pena me dio conmigo misma.

Más tarde, otra clase de pena, transformada en dolor, me dio con quién le dio me gusta al mensaje; el pobre o es tan ingenuo como yo, o simplemente lo hizo por caridad: ¿será que si le doy like se da cuenta que inhóspito se escribe así y no como ella lo plasmó? Menos mal me di cuenta, por fortuna de todos, y lo borré. Aunque en los recónditos espacios de la web debe haber mugrientas palabras escritas por mí, estoy segura. Pero como no las estamos buscando, entonces no existen.

Es un tanto ambiguo declarar mi obsesión, y al mismo tiempo lanzarme por la borda al admitir que he cometido mi buena retahíla de errores ortográficos ¿Quién no los ha cometido? No somos perfectos, ni en pensamiento, palabra, obra u omisión. De eso estoy convencida. Pero podemos mejorar el panorama: habituando las manías de leer, de encontrarnos con nuevos léxicos y pasajes. Al hacer de esto una rutina, el acto de escribir, luego, será algo maravilloso; se volverá algo más integro e interesante. La parafernalia con la que podrán adornar será inmensa, y quién los lea aprenderá con ustedes.

Paremos el episodio sanguinario de calarnos errores, y horrores, entre líneas *al menos que sean por Whatsapp, ahí se perdonan, pero sólo un poco*.

Nos leemos pronto. Xx, M's

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P.d: No soy una ávida lectora, me cuesta, a veces, darme tiempo para leer. Pero es necesario habituarnos a las inmensidades que los libros nos dan. Es exquisito poder adentrarse a las historias que, tan gentilmente, nos dan esos maravillosos héroes que son los escritores. Respetemos y valoremos la lectura, por el amor a todas las artes y vidas. Amén.