10 de abril de 2017.
Querida mía,
Me palpita la yugular. Me tiembla
la voz. Trago grueso. Rezo, medito, canto, lloro.
Abro la caja de pandora, me
asusto. ¡Señor, sálvame! Patria mía, no me abandones.
Te alejas pronto, te acercas
nada. Explotó otra bomba, se escucha sangre; bríos inertes, pisadas mojadas, desesperación.
¿Sigo viva? Sí, todavía bombeo
esperanza, pero corre, se hace tarde.
No dejes mover las agujas, retumban
fuerte: tic, tac, tic, tac ¡Boom!
Todo aquello, cada línea, es una oda
constante que se repite cada cierta cantidad de tiempo. Es lo que vengo
internalizando desde hace unas semanas. Son pasajes de una vida intranquila, inhóspita,
incierta. Se viven días difíciles en el país, se leen fichas estruendosas con
cada historia. No quiero llorar, lloro. No quiero sentir, siento. ¿Pero, por
qué te preocupas si no te ahogas con el humo de las calles? Me ahogo con el
estupor de la dictadura, desde casa me asfixio. Desde las cuatro paredes de mi
hogar me voy achicando, me pierdo en las letras.
Marcha, manifiesta, corre. Más duro, más rápido, con fuerza; si no, no eres.
Pero sí soy, soy todo lo que grito, lo
que guardo, lo que resiento por esta vil tarea socialista. Levito en la eterna
terquedad del dolor: por los verdes que llenan de sangre, los azules que a
veces son rojos y por los blancos que somos todos.
Recuerdo con nostalgia los días pasados, los colores bonitos. Re creo mi presente con incredulidad, atiendo a llantos sensatos. Pienso en mi futuro con inmensa incertidumbre; oigo lejanías, pero me quiero quedar. No me lleves a otra tierra, Patria mía, aún no. Yo te arrollo hasta que tú me dejes.
Recuerdo con nostalgia los días pasados, los colores bonitos. Re creo mi presente con incredulidad, atiendo a llantos sensatos. Pienso en mi futuro con inmensa incertidumbre; oigo lejanías, pero me quiero quedar. No me lleves a otra tierra, Patria mía, aún no. Yo te arrollo hasta que tú me dejes.
Quebranto las leyes psicológicas
al refugiarme en buenos augurios: La música salvará al mundo, los libros
sanarán heridas, escribir me curará a mí.
Quiero arrancar, a mil por hora,
a ochenta caballos de fuerza, a lo que dé. Me canso, no quiero salir de cama:
estoy abrumada. Vuelven a repetir en la densidad: "Salir te hace digno, quedarte
te hace cómplice".
Reviso mi cara, está hinchada. Toco
mi pecho, está que explota. No tengo zapatos y quiero saltar la cerca de mis
decisiones; un déjà vu trae recuerdos mortales, vuelvo a sentir la ansiedad de una garganta apurada entre centenares de pechos, sudores y alaridos. Sí tengo zapatos, pero mis memorias son más fuertes. Lucho, nuevamente, desde casa. No es
suficiente, nunca lo es.
Consulto a mis amigos: están en
las mismas. Algunos me entienden, otros reprochan. Creo que desde lejos unos
critican, y yo lo que tanto deseo es que nos abracemos fraternalmente para
matar las penas. Sus luchas, y las mías, coinciden pero se riegan. Yo coloco la
mirada desde los vidrios de mi hogar, ellos pisan fuerte el asfalto ardoroso. Cuídense, siempre.
Pasa la mañana, dejo las esquinas
de mi cuarto para laborar: sonrió. Ciertos de los que ahí afanan me entienden,
no me aplauden, pero me consuelan. Los micrófonos se abren, y yo cierro, por un
rato, mis heridas. Leemos noticias, vuelvo a hiperventilar. Suena Barry Manilow
después, y yo me enamoro de la idea de él. Se acaba el día, me despido, me
abrazan, me enfunden de perfume y nuevas perspectivas.
Llego a mi casa, abrazo a mi
madre, a mi padre, a mis hermanos, a mis tías, a mi abuela. Agradezco, pido más
vida con ellos, juntos así. Se escucha de fondo: ¡Gases lacrimógenos,
persignaciones perennes, pieles abolladas, voces quebrantadas, rostros ardientes,
ojos vidriosos, consignaciones fantasmales, calles obscenas, gabinetes partícipes,
escorias eternas!
Cierro los ojos, no logro conciliar
ni un atisbo de calma. Me volteo, oigo
mi respiración, me anclo en ella. Voy cerrando mis ventanas, pido por los que están
fuera, y dentro. Imagino días mejores, personas tranquilas, bolsillos
suficientes, curas inmediatas, voces comprometidas. Duermo, pero continúo
pensando, en todo y en nada.
Así, es la rutina de una joven de
veinte años durante estos tormentosos e incongruentes días. No soy menos por no
devolver bombas. No soy menos por no sofocarme con gases. No soy menos por no
sudar entre camisas blancas, banderas dolidas y pieles tostadas. No soy menos
por el malestar que cada noticia produce. No soy menos por la impotencia que grita cada arrebatamiento. No soy menos por ser venezolana en tiempos de
crisis. No soy menos por mantenerme firme a mis creencias y posiciones. Definitivamente
no soy menos ante nadie, sobre todo no ante este infernal gobierno.
Soy más, simplemente soy más. Soy
la lucha, la ira, el llanto, las risas, la fraternidad, la esperanza. Todos somos
más. Por la constante testarudez de los que hoy se arriesgan, desde cualquier ámbito,
soy.
Patria mía, no te vayas.
Yo te arrollo. Yo te alumbro, no decaigas.
Con sensibilidad
absoluta, María Isabel.

