Son las
doce de la noche y de pronto me acuerdo que tengo hambre; aparentemente mi
alimento desde que almorcé (a eso de las 3 de la tarde) había sido solo un par
de películas. Con estas me refiero al nuevo thriller de Nicolas Winding Refn, "The Neon Demon", y una necesaria rom-com
que vendría con el protagónico de Daniel Radcliffe y una historia que, como hopeless romantic que soy, me enganchó.
Por cierto la película se llama "What if" si desean verla.
La excusa para que tuviese hambre de nuevo, o me acordara que tenía, fue por mi pobre y delicado internet; creo que
no me hubiese dado hambre de no ser por el hecho de que este decidió pasar por
un ataque de amnesia ante el factor: conexión estable. Este acontecimiento fue
la llave para que me despegara de la cama y caminara por mi casa luego de tres
horas de matiné. El proceso no es tan lazy
como suena, pues ver una película requiere de observación y paciencia, por lo
menos en mi caso; básicamente por lo rebelde del internet.
Salí de mi cuarto y lo primero
que hice, debo admitirlo, fue conectarme con el Internet de mi vecino. Él no
sabe que se lo robo cuando el mío se enferma, es mejor que no lo sepa.
Seguramente leerá esto, espero que no lo haga.
Procedo a sentarme en el mueble de la sala, mi hermana se sienta
también. Ambas sufrimos en medio de sarcasmos por el mal estado de la conexión.
Esto logra una conversación hasta que ella también se acuerda de la clave del wi-fi next door. No la juzgo, yo lo
haría también. Bueno, lo hice.
Luego de esto, individualmente nos sumergimos en el teléfono pero
igual compartimos; ella fotos “vintage”
de aquellos días oscuros de su niñez, oscuros porque los ángulos y filtros de
las fotos no eran los más indicados, mientras que yo le mostraba parodias que
uno consigue inevitablemente en las redes. Videos y fotos que te hacen olvidar
lo overrated que está la nueva
película de Elle Fanning, lo mucho o poco que se parece a tu vida la rom-com que acababas de ver, o lo duro
que es contemplar ese triángulo amarillo con el signo de exclamación
sobrepuesto en esas cuatro rayas que indican acceso ilimitado a la web.
Luego de este momento casi fugaz, mi hermana se va y yo permanezco
fervientemente en mi teléfono. Me quedo escogiendo los mejores consejos para
una amiga; dándole un poco de la sabiduría, esa que no aplico, muy a menudo, en mí.
Típico. Esto lo hago porque la quiero y admiro, y porque a veces me gusta hacer el
papel de psicoterapeuta balanceada con un alto conocimiento psico-social. Casi
todos mis amigos pueden dar certeza de esto, sus problemas han pasado por mis
terapias. Los quiero amigos.
Ella decide irse a dormir, yo cumplo con despedirme. La terapia
iba muy bien, yo quería seguir instruyendo mi palabrería pero ella estaba
cansada y pues terminó la conversación.
Volví a las redes, pero nada me satisfacía, era solamente ver fotos que no me interesaban realmente, pues todavía, mentalmente, repetía consejos que le servirían a mi amiga. Decidí entonces bajar mi teléfono y hablar con mi papá, quien se encontraba en la computadora esperando una respuesta o mejor dicho una recomendación cinematográfica por parte de la página en la que se encontraba conectado; llevaba como diez minutos viendo títulos, posters y muchas propagandas dignas de virus, y todavía no sabía con que se iba a deleitar la vista.
Volví a las redes, pero nada me satisfacía, era solamente ver fotos que no me interesaban realmente, pues todavía, mentalmente, repetía consejos que le servirían a mi amiga. Decidí entonces bajar mi teléfono y hablar con mi papá, quien se encontraba en la computadora esperando una respuesta o mejor dicho una recomendación cinematográfica por parte de la página en la que se encontraba conectado; llevaba como diez minutos viendo títulos, posters y muchas propagandas dignas de virus, y todavía no sabía con que se iba a deleitar la vista.
Converso
con él un rato, el intercambio dio cabida a que rechazara la salida para ir a
un evento, el cual le comenté en días pasados, pero el cual el no proceso
sino hasta hacia unos minutos cuando le recordé. Lo entiendo; lo entiendo por
la zona donde se haría y porque simplemente yo, si fuese padre, a lo mejor
tampoco me hubiese dejado ir, a pesar de que tenía una ganas mortales,
considerando que Caramelos de Cianuro se presentaría en ese evento. Sí, es
duro, lo sé. Asier, algún día... algún día.
Ese firme "¡No!" Me abrió un nudo en el estómago enorme, pero no por el desacuerdo o testarudez de querer ir, sino más bien porque el hambre que tenía era más y más. Me había mantenido entretenida para ver si se me quitaba, pero pensé en todo lo que dejaría de comer en aquel evento y mi estómago hizo fiesta con mi subconsciente. Era hora de entrar a la cocina.
Ese firme "¡No!" Me abrió un nudo en el estómago enorme, pero no por el desacuerdo o testarudez de querer ir, sino más bien porque el hambre que tenía era más y más. Me había mantenido entretenida para ver si se me quitaba, pero pensé en todo lo que dejaría de comer en aquel evento y mi estómago hizo fiesta con mi subconsciente. Era hora de entrar a la cocina.
Me dirigí hacia la mesa donde siempre hay retazos de pan. No había
ni una bolsa con migajas. Continúo. Abro la alacena para ver si ahí había algo
que por lo menos restara el concierto de sonidos que tenía mi estómago; solo habían
cosas que requerían de muchos utensilios y horas que no fuesen dignas de la
madrugada. Cierro y me voy a la nevera, y ahí estaba mi mejor opción. Fácil, residía
en una bolsa de plástico; ahí siempre se consiguen cosas que no toman mucho
tiempo y que son prominentemente malas para la salud. Esa bolsa brillaba, eran
unas tortillas de maíz, esas que cuestan más de lo que en realidad llenan. Ahí estaban
esperando por mí.
Tomo la
bolsa como si fuese de vida o muerte, pero luego recuerdo que no tengo nada
seguro con que acompañarlas. Mi mirada da vueltas por la nevera hasta que vi mi
otro santo grial. En una bolsa había ¡Queso guayanés! (ingrediente sagrado en la comida venezolana) Me emocioné y lo agarré
como si aquello era caviar, el cual degustaría con la mejor selección de
galletas saladas. Para mi aquello parecía un banquete.
Coloco mis
ingredientes en el sartén y comienzo a cocinarlos. Debo admitirles algo, mi emoción
por el queso duró muy poco, pues luego vi mejor el contenido e imaginé una gran indigestión,
pero me sentía como en un programa de comida así que continúe con mi receta.
Procedo a
esperar que se cocine el queso encima de la tortilla. Por el olor a una potencial
comida quemada, apago el fuego y saco mi tan esperada cena. Mientras esperaba
para que estuviesen listas, me preparé un jugo de naranja, el cual con la
posible combinación de un queso en mal estado, mi estómago iba a tener
pesadillas esa noche. Yo esperaba que no fuese así.
Me dirijo
con mi menú a la sala, me siento en el mueble y ahí fue donde todo esto que
leen tuvo cabida. Levanté esa tortilla con queso derretido, con una textura
entre tostado y blando y fue como tener un deja-vú. Fue como si me pasara una
estrella fugaz a solo centímetros de mi boca. Fue un banquete para mi imaginación.
¡Me estaba comiendo una quesadilla! Yo
sin si quiera saberlo, sin intención alguna, me preparé una quesadilla. Me
estaba comiendo un plato que no es la gran maravilla del mundo, pero que es un cliché
en cualquier chick-flick que se pueda encontrar en línea o en una tienda. Estaba
saboreando una simple tortilla con queso (que esperaba no estuviese malo).
Mientras me
comía mi quesadilla pensé en esto que leen. Mientras me comía mi quesadilla recordé
todo el tiempo que tenía sin escribir por gusto y placer. Mientras me comía mi
quesadilla recapitulé todo lo que sucedió para yo estar sentada en mi sala
comiendo tan simple gastronomía. Mientras me comía mi quesadilla repetí mi conversación
con él, aquella que tuve hace días, que fue tan inesperada como el resultado
de mi cena. Mientras comía mi quesadilla las palabras fluyeron como el mismísimo
aire, volvieron a mi luego de meses sin saber a dónde se habían ido; regresaron
con hambre pero listas para probar la próxima quesadilla, pues preparé dos.
Aquella comida fue un festín, no tanto para mi estómago, pues mientras continuo escribiendo
esto sigo teniendo hambre (#fatandproud). Fue una sorpresa para mi cerebro o
por lo menos para aquella parte que le encanta escribir y expresarse a través de
letra, que muchas veces sin sentido ni razón. Fue un despertar luego de meses sin
usar este espacio. Fue lindo e inesperado. Ojalá todo fuese así.
Espero esta
quesadilla se mantenga un rato para yo poder escribir (me) y contarles más a
menudo, pues sé que nos tenemos olvidados... Bueno, olvidados no, ya que yo siempre
tengo este espacio muy cerca de mí, pero sí dejados. Prometo que trataré de no
dejarnos, por lo menos no durante un tiempo.
Mis quesadillas
me supieron a gloria, más por lo que fueron capaz de regresarme que por lo que llenaron.
P.d: Vuelvo con ganas de mantener mejor este espacio, pero no prometo nada todavía. Pienso en hacerle cambios a la plataforma, el próximo post a lo mejor sea sobre eso. Mientras anímense a prepararse una quesadilla, puede que sea bendita para ti también. La receta es sencilla y pura para el alma, por lo menos para la mía lo fue.
Nos leemos pronto. Xx, M's.